MADRUGÁ 2012



Cinco de la mañana, faltan 24 horas para que el Nazareno salga a la calle en Su “Madrugá”, y el coche deja atrás el cartel que anuncia El Puerto de Santa María.
Cinco de la mañana, tras una larga noche de viaje sin rastro de lluvia, las primeras gotas golpean el cristal del limpiaparabrisas dándonos la bienvenida.
¿Triste anticipo de una “Madrugá” pasada por agua? ¿Simple broma del destino?
Tan solo quedan unas horas para averiguarlo…





La ilusión no se pierde a pesar de que el tiempo juega con nubes y claros, con grandes chaparrones e impresionantes rayos de sol.

Pasan rápidamente las horas, y con la ropa recién planchada cuando el reloj marca las dos salgo de casa.
En esta ocasión no me dirijo a la Prioral, haciendo honor a la historia, como muchos años atrás, al igual que hicieron nuestros primeros hermanos nazarenos, me dirijo a San Agustín, sede de nuestra nueva casa de hermandad.

Una vez allí, llueven abrazos y sonrisas al volver a reunirme con los que han sido y serán mis compañeros de esfuerzos y fatigas, de emociones y alegrías bajo las trabajaderas.
La noche promete ser tranquila, y entre sonrisas y recuerdos nos preparamos para hacer nuestra estación de penitencia.
Poco después llegamos a la Iglesia, donde nos encontramos con los hermanos de luz, con sus imponentes túnicas y capas, preparados para acompañar un año más al Nazareno y a su madre en su nocturno pasear.

Cinco de la mañana: “Ábranse las puertas del templo” resuena en la megafonía.
Un aplauso espontáneo y sincero escapa de los corazones de los que superando el frío de la madrugada esperan por ver salir al Señor de El Puerto.

El martillo suena, y el primer golpe del llamador provoca que el cuerpo de los treinta y cinco costaleros se mueva como un solo corazón que ayudan al Nazareno a avanzar y como humildes cirineos le acompañen en su cansado caminar.

Una tras otra, las chicotás se van sucediendo; En el respetuoso silencio de la madrugada, los rezos de los costaleros resuenan con fuerza en las estrechas calles del barrio alto.

Cuando me olvido del peso, el corazón y el alma se unen en oración silenciosa. Hay tiempo para todo, para echar un vistazo al año que atrás ha quedado, para mirar al que viene con ilusión y temor, para sonreír, aun bajo el peso de la trabajadera y para que las lagrimas bañen mis ojos.

Y entre tanto, pasito a pasito, chicotá a chicotá, llegamos a la pescadería, donde el Patrón de las Galeras Reales, el Nazareno, realiza su particular homenaje a la gente del mar. Homenaje a los que perdieron la vida faenando las aguas…

Es tan difícil contener las lágrimas en esos momentos que el mismo cielo comenzó a llorar…
Un llanto suave, lento al principio, que con el paso de los minutos fue ganando intensidad y buscando la intimidad para un llanto que no esperábamos, pusimos rumbo a la Prioral, donde volvimos a compartir unas lagrimas, mezcla de tristeza y de emoción que no pueden ni quieren evitar acompañarnos cada año…

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MADRUGÁ 2011


Serian las seis de la madrugada cuando el cielo empezó a llorar.

A esa hora se anunció oficialmente que el Nazareno este año no procesionaría en la madrugá portuense.





Serian las seis de la madrugada cuando el cielo empezó a llorar.
A esa hora se anunció oficialmente que el Nazareno este año no procesionaría en la madrugá portuense.
Aunque no solo fue el cielo quien lloró en esos momentos…
Muchos fueron los que no pudieron contener las lágrimas al saber que en su primer año como costaleros o como hermanos de luz, la cofradía y hermandad por la que habían estado trabajando desde hacía tantos meses no saldría a la calle.
Menor en número, aunque no por ello menos importante, era el grupo de los que colgaban el costal esta Semana Santa y con los ojos bañados en lagrimas veían como aquella pequeña chicotá dentro de la iglesia era la ultima en su vida de costaleros.
Mucho era lo que podía leerse en la mirada de los que estábamos dentro de la iglesia aquella noche, pues nuestros ojos no escondían nada.
Todos se veían enrojecidos, en algunos era muy fácil saber que habían llorado, otros aguantaban aun sin romper a llorar, y en algunos casos no era fácil adivinar si ya habían derramado alguna lagrima o si estaban a punto de hacerlo de un momento a otro.
Aunque todos sabíamos que esta madrugá no saldríamos desde mucho antes de llegar a la iglesia, no era fácil asumirlo.
Aunque cuando estas planchando la camiseta y la faja eres plenamente conciente de que lo más lógico es no salir, nunca quieres oír el anuncio por parte de la junta de gobierno.
Así que planché la ropa de la salida, preparé el costal y entré a ducharme. Me afeité y vestí como cada año, un año más, un nuevo año.
Un año en el que he visto crecer a mi hija, en el que le he visto dar sus primeros pasos tambaleantes y aprender a correr gritando a pleno pulmón cuando algo le entusiasma.
Un año en el que he visto recuperarse a mis padres de sus males y en el que he vuelto a verles sonreír.
Un año en el que juntos, mi mujer y yo, hemos compartido la dicha de poder ver cada dia a nuestra hija y contagiarnos de su alegría.
Está madrugá quizás, como el cielo, yo también lloré, pero no en todas mis lágrimas era la pena la que me invadía...

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EN LA MADRUGÁ (2010)


Un año más llegó el Jueves Santo a las calles de El Puerto.
Un año más, preparé faja, costal y camiseta para acompañar al Nazareno en su paseo camino del calvario.
Un año más, caminaba sin prisas hacia la iglesia siguiendo mi costumbre.
Un año más... como siempre, como cada año...

Pero a pesar de que todo era igual todo era distinto este año.
Las capas negras y rojas que cada madrugá llenaban el patio de la iglesia este año estaban acompañadas por otras de color hueso y morado.
Había muchos cambios este año en el cortejo, como las nuevas túnicas, o el labrado del canasto del nuevo paso, pero los cambios verdaderamente importantes estaban en mi interior.

Este año no podría ver la procesión mi madre, hospitalizada, y mi padre no estaría revestido con la túnica para junto con el Nazareno y su madre María Santísima de los Dolores recorrer las calles de El Puerto.
Y lo más importante, que cuando yo saliera del paso en la Iglesia Mayor tras una larga noche de penitencia, mi hija estaría junto con su madre esperándome.

Mi hija, dos palabras que nunca antes habían tenido tanto peso en mi interior…
Mi hija…

Fue una fría noche donde desde el púlpito de la iglesia se dedico la estación de penitencia a la recuperación de mis padres y en mi interior resonaron con fuerza esas palabras una y otra vez durante todo el recorrido.

Llegó el momento de mi primera chicotá en esa noche, el martillo resonó en el silencio de la madruga y los cuerpos se tensaron al ponerse en el palo, los primeros pasitos se daban en la noche portuense llevando al Nazareno sobre los hombros y sobre todo en el corazón.

Un corazón que en el silencio se dividía en una extraña mezcla de sentimientos.
Un corazón repleto de gente lo acompañaban en esa larga noche, mis padres, mi mujer, mi hija...

Un corazón, que un año más, disfrutó como nunca...

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UNDECIMA ETAPA: ARCA DO PINO – SANTIAGO

Sería alrededor de las seis de la mañana cuando se levantaron para ponerse en marcha ese día.
Llegaban por fin a Santiago y pretendían hacerlo antes de la misa del peregrino al mediodía.
Así que tras un rápido desayuno frío cargaron sus mochilas y salieron de la pensión, buscando el bosque de eucaliptos en el que comenzaba la última etapa de este, su primer camino como pareja.


Andaban rápido esa mañana, la prisa por llegar a Santiago les había por fin contagiado, y en sus piernas ese día no existía ni el cansancio ni el dolor.
En una extraña y breve etapa atravesaron bosques muy cerrados, bordearon el aeropuerto, atravesaron un pequeño y bonito pueblo, pasaron junto a los estudios de Televisión Española, ¡y ni siquiera habían llegado aún al Monte do Gozo!
Pronto llegaron y vieron el macro complejo construido para el descanso de los peregrinos y el monumento conmemorativo de la visita del Papa Juan Pablo II a Santiago.


Reanudaron el camino, descendiendo ya hacia la ciudad del Apóstol, las calles de barrios relativamente modernos los recibían a ellos y a numerosos peregrinos que con sus mochilas a cuestas recorrían los últimos pasos hacia la Catedral.
Al llegar al casco antiguo de la ciudad un mágico ambiente les rodeó y les acompañó hasta llegar a la plaza del Obradoiro, en la que hicieron su entrada oyendo los sones de una gaita que un joven tocaba en la calle.
Se pararon a contemplar la catedral, exhaustos, rebosantes de alegría, y con una extraña sensación en el pecho.


El Apóstol les esperaba y con los brazos abiertos les recibía en su casa, atravesaron una pequeña puerta lateral del pórtico de la gloria para entrar a la catedral y desde el fondo de la nave contemplaron el altar mayor, presidido por la talla de Santiago.
Buscaron asiento para la misa del peregrino para la que faltaba algo menos de treinta minutos, y mientras esperaban con la mirada iban localizando a diversos compañeros de camino.
Una sonrisa les aparecía en los labios cada vez que descubrían a alguien conocido, algunos ya duchados y con ropas limpias otros con las mochilas a los pies y aun con el polvo del camino sobre sus ropas.
Pronto empezó la ceremonia concelebrada por varios sacerdotes y tras acabar, el botafumeiro alzó el vuelo impregnando la catedral del característico olor del incienso.

Tras la obligada visita a la catedral los dos peregrinos recorrieron de nuevo las calles de la ciudad en busca de “la Compostela”, y tras conseguirlas marcharon en busca de un merecidísimo descanso tras once días de dura peregrinación.

El Camino había llegado a su fin, por fin, tras más de trescientos kilómetros recorridos, madrugones, muchos esfuerzos y por supuesto una inmensa ilusión habían conseguido llegar a su destino,… ¿pero… realmente acababa allí su camino? …aquello no había hecho más que empezar…

Se miraron a los ojos y en sus pensamientos se formó una frase: Gracias Padre, por soñarnos un día así…

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DECIMA ETAPA: ARZUA – ARCA DO PINO

Ya estaban llegando al final de su viaje, alguno de los peregrinos con los que habían entablado conversación en alguna de las etapas incluso llegarían ese día a Santiago.
Ellos habían decidido dormir en Arca, partiendo la etapa en dos, para a la mañana siguiente llegar a la ciudad del Apóstol y no tener que hacer sufrir a las piernas una etapa excesivamente larga de casi cuarenta kilómetros.



Tomaron la decisión de dormir en Arca ya durante el camino, y cuando preguntaron, en uno de los hoteles donde se quedaron a dormir, no supieron explicarles si el final de la etapa de ese día se llamaría Arca, Do Pino o Pedrouzo, y al final resultó que los tres nombres eran correctos.

Se encontraron en esa mañana con continuas subidas y bajadas, tónica general de los últimos días, pero como se había convertido en una etapa relativamente corta se lo tomaron con calma, andando tranquilamente, disfrutando del paisaje de pequeñas aldeas y corredoiras que se encontraron.

Muchos eran los peregrinos con los que se cruzaron esa mañana, ansiosos de llegar por fin a Santiago y a su catedral. Las últimas etapas parecían darles alas a sus pies cansados y con fuerte ritmo les sobrepasaban rumbo a Lavacolla o a Santiago.

Siguieron caminando a un paso suave, agradeciéndoselo y mucho sus cansadas piernas, y sus ojos, ya que pudieron disfrutar más si cabe de unos paisajes muy dignos de ser observados.

Poco antes de que diesen las dos de la tarde llegaban al final de la etapa y tras asearse y descansar un buen rato salieron a comprar algunas cosillas para preparar una modesta cena en un patio de la pensión donde ese día descansarían.


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EN LA MADRUGÁ (2009)


Sonaban las cinco de la mañana cuando se abrieron las puertas de la Iglesia Mayor Prioral.

Tras el paso de los guiones y la cruz de guía, los hermanos nazarenos con sus corazones y cirios encendidos mostraban el camino a seguir a sus titulares.
El cortejo va desfilando lentamente, en silencio, al igual que los fieles que han decidido acompañar a la cofradía desde esta incomoda hora.
Las capas ondean al viento, los nuevos hábitos, color hueso y morado recuerdan el procesionar de hace más de treinta años, los pabilos de los cirios se esfuerzan por mantenerse encendidos y bajo los velillos de muchos nazarenos se oye el quedo rezo del Rosario, resonando en la madrugá.



Mientras, en la Iglesia los nervios se van calmando, la procesión esta ya en la calle y cada vez quedan menos hermanos por salir.
Los costaleros están dispuestos, el cuerpo de cruces se mueve inquieto, buscando la mejor manera de cargar su cruz en esta larga noche y la penitencia mira con devoción las imágenes de El Nazareno y de La Lola.

Suena el martillo y los costaleros preparan sus cuerpos para el comienzo de su estación de penitencia, vuelve a sonar y se ponen en el palo esperando el tercer golpe para levantar sus cuerpos y con ellos a Nuestro Padre Jesús Nazareno. Cuando el martillo suena por tercera vez, todos los costaleros como si de uno solo se tratara levantan su corazón llevando lo más arriba posible a Aquel que cargó con su cruz y con todos nuestros pecados.

Con paso corto avanza el Nazareno buscando la Plaza de España, buscando la calle y al pueblo, un pueblo que con devoción año tras año, madrugá tras madrugá, no duda en abandonar sus camas para acompañarlo, para arroparlo y darle todo el calor que la Fe y el amor pueden dar.

Las horas van pasando, los cirios consumiéndose en rojas lágrimas de cera, y tras cada chicotá una oración se oye bajo los pasos.
Oración hecha noche, noche hecha oración, cuando cientos de gargantas dejan escapar entre susurros un Padrenuestro o un Avemaría al ver pasar ante ellas a Jesús Nazareno y a Su Madre acompañada del discípulo amado antes del amanecer.
La Pescadería recibe al Patrón de las Galeras Reales, el sol aparece en el cielo tímidamente y las bandas empiezan a hacer sonar las cornetas y los tambores anunciando que se levanta un nuevo día.

Tras pasar por el castillo ni siquiera la lluvia quiere perderse el desfile de El Nazareno por las calles de El Puerto con su nuevo paso, y decide acompañarlo hasta que se refugia de nuevo en la Iglesia Mayor, dos horas antes de lo previsto.

Dentro del templo las lagrimas afloran en los ojos de nazarenos, penitentes y costaleros. Lagrimas que anuncian que hasta el año que viene no volverá el Nazareno a asomarse a las calles, que ya solo queda plata por limpiar y enseres por recoger para la próxima madrugá.

Lagrimas del Nazareno, que con su triste y cansada mirada invita a cada uno de sus hijos a visitarle en su capilla en cualquier momento para acompañarle en un tranquilo ratito de oración…

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NOVENA ETAPA: PALAS DEL REI – ARZUA


Se levantaron temprano para continuar su camino, 28 kilómetros tenían por delante en aquella jornada.
Hoy llegarían a la provincia de La Coruña, ultima del camino, y una nueva barrera psicológica a superar, al igual que fue la de superar el kilometro doscientos o el entrar en Galicia.
Enfilaron la Rua do Apostolo, para junto a la carretera abandonar aquella amable ciudad, de la que se llevaron un grato recuerdo, camino de San Xulian, Pontecampañas y Casanova, ultimos lugares habitados de la provincia de Lugo.


Los restos de un antigua calzado romana les dieron la bienvenida a La Coruña para conducirle a Leboreiro, donde pasaron camino de Furelos, con su puente romano para poco después llegar a la ciudad de Melide.
Melide resulto ser una ciudad bastante grande, donde pudieron comprar todo lo que necesitaron, y vieron como muchos de sus compañeros de camino paraban a comer pulpo en Casa Ezequiel, a pesar de no ser mucho más tarde de las diez de la mañana.

Continuaron su marcha al salir de Melide entre bosques y caminos de tierra, en un continuo subir y bajar, que iban minando las fuerzas de la pareja.
El entorno les ayudaba y les animaba a seguir y cruzaron Boente y Castañeda, donde según se cuenta en el Codex Calixtinus se encontraba la fábrica de cal para la construcción de la catedral de Santiago, con las piedras que los peregrinos llevaban desde Triacastela.




Un poco más adelante llegaron a Ribadiso da Baixo, un pequeño pueblo con poco más que unas cuantas casas y uno de los albergues más recomendados del camino, pero no era ese su destino ese dia, y tras tener que afrontar una fortisima subida, en la que comprendieron por que Ribadiso era “da Baixo”, llegaron a Arzúa, y tras atravesar el pueblo, por fin, pudieron descansar espaldas y piernas y entregarse a un buen merecido descanso.

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